El Síndrome de la Índia
Aunque este síndrome todavía no ha sido reconocido en los manuales de trastornos psiquiátricos, lo cierto es que desde hace unos años se viene observando de manera frecuente la aparición de delirios en viajeros occidentales (norteamericanos y europeos) al viajar al subcontinente indio.
El primero en publicar sobre este hecho fue el psiquiatra francés Regis Airault, quien se dedicó a observarlo y describirlo cuando estuvo trabajando en el Consulado Francés en Mumbai. En 2000 escribió el libro “Locos de la India: Delirios de occidentales y sentimiento oceánico” en el que explicaba que hay un verdadero síndrome que afecta en su mayoría a adolescentes y a adultos jóvenes cuando viajan a este país. En concreto, lo que se observa es una vacilación en la identidad personal que se muestra en forma de experiencias psicóticas, en las que se tienen sentimientos de extrañeza y de pérdidas del contacto con la realidad.
Este trastorno se manifiesta cuando estas personas están en la India, pero suele desaparecer rápidamente cuando vuelven a su país de origen, por lo que el tratamiento más efectivo parece ser “comprar un billete de vuelta de avión”.
A menudo, las personas con este tipo de delirio, creen que ha sido poseídos por un santo, que han sido bendecidos con poderes sobrenaturales (por ejemplo, que son capaces de volver a los Estados Unidos o a Francia a nado desde la India), que son capaces de ver sus vidas pasadas (normalmente “descubren” que eran miembros destacados de la realeza), que pueden ver a través de su tercer ojo, o que han sido poseídos por demonios.
Pero ¿por qué algunos occidentales se vuelven tan frágiles al visitar la India?
En primer lugar, hay que tener en cuenta que muchas personas que viajan a la India no lo hacen únicamente por su belleza, sino que desean emprender un viaje espiritual. Por ello, en ocasiones se inscriben en centros de yoga, o se van a vivir con gurús, o consumen drogas, o realizan prácticas físicas extremas con este propósito. El uso de estas prácticas, acompañadas de un colapso mental que se puede producir por el choque entre culturas, puede provocar en algunas de ellas el surgimiento de este estado delirante (que ellos interpretarán a menudo como de descubrimiento o progreso espiritual).
Airault observó que muchos viajeros de entre 20 o 30 años que llegaban entusiasmados y en perfecto estado a la India, al cabo de unas semanas o meses empezaban a sentirse desorientados y confundidos. Más tarde mostraban comportamientos maniacos (euforia desmedida) o delirantes, que podían poner en riesgo su salud física o provocar problemas con las autoridades. En los casos más extremos, algunos viajeros perdían cualquier tipo de conexión con la realidad y, a veces, se perdía su rastro para siempre.
Algunos viajeros quemaban su pasaporte y acababan en prisión, otros se dedicaban a viajar de manera indefinida y sin rumbo por la India y su familia perdía su rastro, otros decían oír voces de los dioses locales.
El psiquiatra de Delhi, Dr. Sunil Mittal considera que hay dos tipos de viajeros occidentales a los que afecta este síndrome. Por un lado, hay viajeros que simplemente van a la India a hacer turismo, pero que traen de su país de origen algún trauma psicológico o problema emocional pendiente de resolver. Esta persona ya era vulnerable emocionalmente y en la India se da un detonante que hace que este conflicto se manifieste de una manera intensa. Por otro lado, hay viajeros que vienen decididos a embarcarse en un viaje espiritual para tratar de encontrar un sentido más elevado a su existencia. En general, estos viajeros buscan una ruptura con su vida anterior, y es frecuente que confíen, o incluso se enamoren o tengan relaciones sexuales con yoguis o con gurús. Estas experiencias acaban provocando un vacío interior que puede provocar una gran desorientación o un estado de euforia desmedido. En ambos casos, es frecuente que el viajero no sepa cómo hacer frente a esa situación. En este tipo de viajeros, el consumo de drogas actuaría como un acelerador de este estado de confusión. Es como una bomba que hace explotar la tensión emocional que ya estaba latente.
En ocasiones, los propietarios de pequeños comercios o los vecinos de las ciudades o pueblos de la India acaban llamando a la policía, porque ven a occidentales viajando sin rumbo, o encerrados de casas o en cuevas sin contacto con nadie, o paseando semidesnudos por la noche, o realizando bailes eróticos ante los transeúntes o personalidades religiosas.
Aunque, como se ha comentado, el tratamiento más efectivo suele ser una vuelta a casa, en algunos casos, este trastorno provoca alteraciones en el comportamiento que se convierten en permanentes. Algunos son diagnosticados como esquizofrénicos al volver a su país, o acaban siendo hospitalizados. En algunos casos, hay pacientes que dicen sentirse seguros únicamente en la India. Incluso muchos de los que se recuperan totalmente al llegar a casa informan de que, cuando puedan, quieren volver a la India.
Como dice el propio Airault, algunos de estos viajeros acaban deambulando sin rumbo, como si estuvieran en otro mundo, parecen carecer de deseos, y al final de este camino “el límite puede ser la muerte”.
Controversia sobre la existencia de este síndrome
El Síndrome de la Índia es uno más de los trastornos que se han propuesto para explicar los cambios de comportamiento, en ocasiones muy acusados, que sufren los viajeros al visitar determinados destinos turísticos.
El término síndrome de París o síndrome de Florencia se utiliza para referirse a los cambios fisiológicos que se experimentan al estar expuesto a obras de arte extremadamente bellas. Los síntomas de este supuesto síndrome incluirían un aumento del ritmo cardíaco, la presencia de temblores, palpitaciones, vértigo o incluso ciertos estados de confusión. Este síndrome también se llama de Stendhal, por el escritor francés del siglo XIX Henri-Marie Beyle, que usaba en sus escritos este pseudónimo.
Al visitar Italia tuvo que interrumpir su viaje para recuperarse, porque “había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme”.
Por otro lado, el síndrome de Estocolmo hace referencia al vínculo afectivo que muestran las víctimas de secuestro o retención ilegal hacia sus captores. Estas personas interpretan la ausencia de violencia hacia ellos por parte de su captor como un acto de humanidad o de bondad.
Por eso, suelen mostrar condescendencia, aprecio o amor hacia ellos y, con frecuencia, miedo o ira hacia la policía o los familiares que los quieren liberar. Este síndrome se empezó a utilizar tras el secuestro de un banco de Estocolmo en 1973, en el que hubo cuatro rehenes. Al ser liberados, estos afirmaron “no me asusta el secuestrador, me asusta la policía”, o “confío plenamente en él [el secuestrador]; viajaría con él hasta el fin del mundo”. Algunos rehenes que son secuestrados por atracadores, terroristas o bandas mafiosas, acaban siendo integrantes activos de estos grupos por los supuestos efectos afectivos de este síndrome hacia sus captores.
En el síndrome de Jerusalem, algunas personas muestran síntomas parecidos a los del síndrome de la India. Se pueden desencadenar cuadros psicóticos en los que el viajero cree que es un personaje del Antiguo o del Nuevo Testamento (Moisés, David, Jesús, Juan el Bautista, etc.). Estas personas no solamente se identifican con estos personajes, sino que a menudo, recitan en voz alta discursos en público, y se visten con sábanas o con túnicas de la época. También pueden estar convencidos de tener poderes sanadores o milagrosos que pueden aplicar en su beneficio o en el de los demás.
Opinión de la ciencia sobre los síndromes ligados a ciudades o países
En general, en psiquiatría y psicología se suele evitar el uso de síndromes con el nombre de una ciudad o país para evitar la estigmatización o la perpetuación de estereotipos de unas regiones o ciudades respecto de otras. Por eso, cuando los pacientes sufren estos síntomas, se habla preferentemente de estado psicótico, o de estrés postraumático o de ataque de ansiedad.
Sin embargo, es cierto que algunos contextos (ciudades, templos, países) pueden actuar como facilitadores o desencadenadores de conflictos que en la persona ya estaban de forma latente. Esta transformación emocional o espiritual puede tener efectos positivos sobre la persona o negativos. Lo que sucede es que suelen ser más notorios (y más preocupantes para los familiares o la sociedad), los casos en los que se obtienen unos resultados negativos o destructivos hacia quien los padece.
Conclusión
De la misma manera que el uso ocasional de drogas por sí misma no tiene porqué desencadenar estos trastornos, pero sí que pueden actuar como bombas o aceleradores de su manifestación, también los lugares (casas, ciudades, regiones, países, incluso personas concretas) podrían tener un efecto similar.
Al fin y al cabo, los viajes, como la vida misma, son oportunidades de cambio. No sería correcto otorgar a los lugares físicos una responsabilidad sobre nuestras acciones. Somos nosotros los que debemos aprender a elegir esos lugares, y a integrar de una manera sabia y equilibrada lo que nos pueden aportar. Hay momentos en nuestras vidas más adecuados que otros para hacer cambios, y nos corresponde a nosotros ser los auténticos protagonistas de nuestro destino.